Tumbados en la cama, la ternura de tus dedos se deslizaba por mi espalda, suavemente recorrías la linea de mi columna, produciéndome un intenso
hormigueo, tus caricias no cesaban, bailaban por todo mi cuerpo, dibujandome una sutil sonrisa. Le seguían los cálidos
besos en la nuca, que con mimo susurraban un te quiero y el jugueteo con mi melena, en la que te perdías.
Cada fin de semana el despertar era el mismo, tú, yo, pero en realidad uno solo.
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